13/1/08

DANIEL EN BUSCA DE UN ASCENSO

DANIEL EN BUSCA DE UN ASCENSO
Recuerdo ése día agitado, cuando llegué a la oficina ya eran las siete y media de la mañana y todo el mundo estaba corriendo; yo no supe que hacer así que sólo saludé y ocupé mi escritorio; Ximena tenía una expresión de estrés que en verdad lograba causar el efecto del sol de medio día cuando uno se encuentra en una calle concurrida y luciendo un traje de paño pesado. Al ver sus gestos y su estado de alerta, me sentí en la obligación de preguntarle en qué le podía colaborar. Cuando lo hice ella cambió su gesto de tragedia y fue en ése momento que comprendí que el favor que me iba a solicitar era realmente complicado.

La empresa no me ofrecía una buena recompensa económica por mis tareas, todo lo contrario por lo general me veía en la necesidad de recurrir a la economía informal y a solicitar pequeños prestamos a mis compañeros de oficina para sortear los costos del transporte urbano. Por esa razón a pesar de prever que Ximena me iba a pedir algo difícil, también veía la posibilidad de ganarme su aprecio y por qué no, podría ser la oportunidad de ascenso en el entramado de cargos medios de la empresa. Ximena se quedó mirándome por un momento a los ojos y dijo:

- Necesito un favor... si no estás muy ocupado.

Me quedé en silencio por dos segundos y sólo acerté a decirle que no estaba ocupado y que sería un gran gusto ayudarle.

Ximena era una mujer joven, no era dueña de una belleza deslumbrante pero poseía el encanto típico de las mujeres que en su niñez fueron consentidas por sus padres. Ximena ejercía un cargo administrativo dentro de la empresa y rara vez había incursionado en la aburrida tarea de conversar con los empleados de cargos inferiores. Ella se alegró y me dijo:

- Tenemos que entregar una propuesta de trabajo a una empresa del estado. Estamos atrasados y el joven que nos colabora con el transporte de la documentación sufrió un accidente. Creo que podemos entregarte la propuesta para que tú viajes a recoger una certificación a la casa del Ingeniero Oscar, saques unas copias de dicha certificación y las anexes a la propuesta. Es con el fin de entregar el paquete a la empresa estatal y volver con el recibo de entrega.

La tarea parecía fácil y fue así como simplemente asentí con la cabeza enseñando una sonrisa que supongo completaba la expresión de estúpido que no sabía que decir. Ximena se alejó y empezó a aplaudir y a animar a los operarios e ingenieros para que acelerarán la labor. Ya había alguien que se encargaría del transporte de la documentación. Ella me entregó una suma de dinero necesaria para transportarme en Taxis y unos libros contenidos en sobres de papel color café oscuro. Era un día soleado y el viento soplaba de forma apacible acariciando los contornos de mi rostro. Todo me permitía creer que la labor sería muy sencilla, el único problema es que debía entregar la propuesta en 45 minutos. De lo contrario la empresa perdería irremediablemente la posibilidad de concursar por el cuantioso contrato.

Le hice la señal a un taxi para que me recogiera, el conductor era un hombre de unos 40 años de edad y se veía feliz. Le entregué la dirección del domicilio del Ingeniero Oscar y le pedí el favor que fuera lo más rápido posible. Bogotá sufría uno de sus acostumbrados aprietos en el flujo del transporte y fue así como empezamos a conversar con el chofer sobre ésa insoportable situación. Después de maldecir y sudar, llegamos al domicilio de Oscar, le pedí el favor al chofer que me esperará unos cuantos minutos y el aceptó. En la puerta de la pequeña casa se encontraba una mujer que a juzgar por su apariencia no podía dedicarse a otra labor que al trabajo sexual, era una rubia despampánate que utilizaba maquillaje fuerte y una vestimenta barata, la cual se encargaba de cubrir muy poco de su delicado cuerpo impregnado de un perfume hostigante y de baja calidad.

Toqué el timbre dos o tres veces y el Ingeniero Oscar salió rápidamente como si acabara de salir de la ducha, sonrió a la mujer tomándola de la mano y halándola hacia el interior de su morada, a mí me atendió manteniendo la parte inferior de su cuerpo cubierta con una toalla y la parte superior de su pecho desnuda. Le expliqué al ingeniero el objeto de mi visita, me pidió que le esperara unos minutos, salió al momento y me entregó una carta impresa en papel tamaño carta. Me subí al taxi lo más rápido que pude y le pedí al conductor que me llevara a la oficina estatal; el chofer con una sonrisa picara me dijo mientras me miraba por el espejo retrovisor: “su amigo si que tenía buenas compañías”.

No supe qué contestar así que sólo me quedé mirando hacia la carretera. Después de unos cuantos minutos recordé que debía sacarle una fotocopia a la certificación, eso me hizo pensar que debía estar alerta para bajarme un momento del taxi en algún pequeño negocio que ofreciera ése servicio. Un hombre que caminaba por la calle pateó una piedrecilla y ésta salió a volar directo al trasero de una mujer joven, la mujer giró la cabeza para encontrar al culpable y el pobre hombre no sabía dónde esconderse... ése evento despertó en mí una muda carcajada. Me sentí animado para hablar con el chofer y en tono conciliador le dije:

- Ése señor no es mi amigo, es un Ingeniero de la empresa donde trabajo; pero tiene razón el hombre tiene buenas amistades.

- Esas viejas hacen todo por la plata... si le contara las aventuras que he vivido con esas fulanas.

- ¡Por favor pare en ésta esquina un momento, sacaré unas fotocopias no demoro!

El chofer detuvo el carro sin decir nada. El encargado de manejar la maquina fotocopiadora se demoró bastante y parecía no disfrutar en absoluto su trabajo, creo que por esa razón me limité a pagarle... no le di las gracias. Al volver al taxi el chofer encendió la maquina para iniciar nuevamente la carrera hacia la oficina estatal. El semáforo se puso en rojo y el chofer frenó el taxi sin muestras de cansancio. El conductor me miró directamente a los ojos y después de guardar silencio unos segundos formuló una afirmación que me dejó perplejo; se veía como un sacerdote viejo y me dijo:

- Se ve que usted es un tipo juicioso.

- Contesté mirando hacia el techo del carro: Pues no me ha servido de mucho.

Llegamos a la oficina estatal y logré cumplir con la meta de entregar la propuesta diez minutos antes de que cerraran la ventanilla. Al salir del edificio el taxi me estaba esperando y yo estaba feliz porque había logrado mi objetivo; quedar como un príncipe con Ximena.

- ¿Cómo le fue? - Me preguntó el taxista.

- ¡Bien! eso era todo, ahora tengo que volver a la oficina... Usted me dejó pensando ¿Por qué cree que soy un tipo juicioso?

- Se nota que su vida transcurre la mayor parte del tiempo en una oficina y que al finalizar su jornada de trabajo queda tan cansado que termina por refugiarse en su pequeño departamento, comer algo y ver unas cuantas horas de televisión hasta quedarse dormido.

Me quedé pasmado, la descripción que daba el chofer se aproximaba mucho a mi realidad... no recuerdo que actitud asumí, creo que simplemente me quedé mirando hacia la calle e intenté seguir la conversación de manera fluida.

- Su descripción no se aleja mucho de la realidad ¿Cómo hizo para adivinarlo?

- Creo que es porque en alguna época yo llevaba un estilo de vida parecido.

- ¿A qué se refiere?

- Trabajé unos años en la oficina de contadores más importante de la nación, el dueño de la compañía se la pasaba conmigo. Yo era su compañero y cómplice de bacanales.

- ¿Y qué ocurrió? ¿Por qué no siguió trabajando ahí?

- Secuestraron a mi jefe y a mi me sacaron de la empresa.

- Es una triste historia.

- Ni tan triste, mientras pude lo disfruté, con el hombre nos íbamos a mujerear y al día siguiente cuando llegaba a mi casa tenía que armarle pleito a mi esposa porque ya no se me levantaban ni los dedos de las manos.

- Yo me quedo por aquí. Fue un gusto conocerlo .

Cancelé el costo de la carrera y me dirigí de buen ánimo a la oficina de Ximena. Ahí estaba ella atendiendo una llamada, yo sabía que podía haber dejado el certificado de recibido en recepción, pero quería verla sólo un momento. Como era de esperarse no ocurrió nada del otro mundo, se limito a sonreír y a dar las gracias... fue todo. Ya me había despedido y estaba a sólo unos cuantos pasos de la puerta de su oficina y en ese instante reuní las fuerzas para frenar mi caminata y decirle:

- Perdona, sé que puedo ser impertinente, pero... me gustaría saber si existe alguna posibilidad de asenso para mí.

Ella soltó una carcajada muy espontánea, me miró directo a la corbata y me dijo:

- Pues veré que se puede hacer, te llamas Daniel ¿Cierto?

- Sí, así me llamo, de verdad me caería muy bien un ascenso.

- No te prometo nada pero veré que se puede hacer.

Salí de la oficina como si se me hubiera hecho tarde para ir a una cita. Mi departamento se encontraba desordenado y al no tener nada interesante que hacer me dedique a limpiarlo. Levanté los montones de ropa sucia, barrí mi cuarto, trapeé el baño, limpié el polvo y embetuné mis zapatos. Me dispuse a darme un duchazo cuando sentí que alguien hacia sonar el timbre.

- ¿Quién es? Pregunté sin abrir la puerta

Nadie contestó, supuse que seguramente eran algunos niños que se divertían a costillas mías, me metí a la ducha, pero el timbre seguía sonando. Sequé mí cuerpo y me coloqué ropa cómoda, abrí la puerta y me quedé ahí de pie para ver si aparecían los pequeños demonios que no querían dejarme en paz, pero lo único que vi fue un pasillo vacío durante unos cinco minutos. Escuché voces de personas que discutían y en ese momento decidí salir hacia el pasillo y seguir la ruta que me señalaban las voces que discutían, fue así como bajé las escaleras una a una hasta llegar al primero piso.

En el primer piso se encontraban dos mujeres y dos hombres; discutían sobre el proceso de cambio de sede de la empresa en la que laboraban. Un hombre de rostro recio era el que más levantaba el volumen de su voz, los demás asentían con la cabeza en silencio. Eso me llevo a suponer que él era el jefe.

No era agradable escuchar las maldiciones del grupo de sujetos y ver el rostro de amargura fuerte del pequeño hombre que parecía ser su jefe. Por lo tanto me dispuse a salir y ¿Por qué no? Comprar un cigarrillo para recrearme unos cuantos minutos en ése humo que se elevaba conformando figuras a partir de las cuales me gustaba dejar volar mi imaginación y creer por un instante que había vuelto a ser un joven y a transitar por los pasadizos de los colegios y las universidades.

En ése instante descubrí que la forma en que se había transformado mi existencia, es decir el hecho de dejar de pensar en los amigos, las festividades y los divertimentos intelectuales; me llevaban a convertirme en esa clase de persona que tanto había despreciado en tiempos de estudiante.

Mis pensamientos y mis acciones se enfocaban en un sólo propósito, ascender en la escala laboral para dejar de ser lo que llaman los depredadores de oficina: “un perdedor”.

Transité por las calles de mi barrio y logré entrever que el mundo en el que vivía me estaba ahogando, caminé y caminé hasta el cansancio. Un fuerte sonido llamó mi atención. Provenía de la bocina del taxi que conducía mi nuevo conocido; me acerqué con algo de temor. El hombre abrió la ventana del automóvil y me dijo:

- Éste mundo es un pañuelo ¿No le parece?

- Sí, es cierto ¿Cómo le fue en su día?

- ¡Excelente! Siga súbase.

Ocupé el puesto del copiloto. En medio de una carcajada me dijo:

- No se imagina lo que me ocurrió hoy.

- ¿Qué pasó?

- Recuerda a su amigo el Ingeniero.

- ¿El de la amiguita?

- Ése exactamente.

- ¿Qué pasa con él?

- Pues que hoy solicitó mis servicios y se subió al Taxi con una tal Ximena.

- ... ¿Dónde lo recogió?

- Cerca del lugar donde lo recogí a usted.

- ¡Este mundo es un pañuelo! - Exclamé haciendo un esfuerzo por contener la risa.

- Cuando se bajó la mujer, le conté al Ingeniero que yo era el mismo conductor que lo había llevado a usted por la mañana a la casa de él... en fin le conté toda la historia.

- ¿Lo de la fufurufa también?

- ¡Pues claro!

- ¿Y él, qué le dijo?

- Me preguntó si usted y yo éramos amigos.

- ¿Y usted qué le respondió?

- Que sí, que éramos familiares lejanos.

- ¡Porque le dijo eso!

- Espere le termino de contar.

- ¡Bueno hágale!

- El Ingeniero sacó de su bolsillo unos cuantos dólares y me los entregó, a cambio de que no le dijera nada a usted.

- Y... ¿Por qué?

- Eso mismo le pregunté yo. Me dijo que no quería que usted le contara a Ximena.

- Eso me puede traer problemas.

- ¿Por qué?

- Yo estaba negociando con Ximena para que me ayudara a conseguir un ascenso dentro de la empresa y después de esto me pueden despedir.

- El Ingeniero me entregó su tarjeta, por lo que me doy cuenta trabaja en una de las mejores empresas del mundo, llámelo y dígale la verdad.

- ¿Qué verdad?

- Pues, dígale que usted está en busca de un mejor empleo.

Me despedí, el chofer me entregó la tarjeta de presentación del ingeniero y al respaldo me anotó sus datos. Esa noche no logré dormir. Pasaron varios meses y ya era sábado; el teléfono sonaba repetidas veces y sentía que la cabeza me daba vueltas a consecuencia del exceso de alcohol y las mujeres de la noche anterior. Me sobrepuse y decidí contestar el teléfono:

- ¿Buenos días? -Pregunté mientras pasaba una mano por mi cara.

- Buenos días ¿Se encontrará el ingeniero oscar?

En ése momento me percaté de que era Ximena, no sabía que decir... después de pensar durante eternos segundos contesté:

- Salió a entregar unos planos, no creo que se demore mucho.

- Está bien, lo llamaré al celular.

- ¡No! el Ingeniero dejó su aparato celular aquí en la oficina. Colgué la bocina y en ése momento Oscar salió del cuarto contiguo acompañado de dos mujeres negras, esculturales y sensuales. Él se quedo mirándome y pregunto:

- ¿Qué pasó?

- Ximena llamó hace unos segundos.

- ¿Qué le dijo?

- Que usted estaba entregando unos planos a un cliente y que había dejado el celular aquí.

- Bien, pero ahora ¿Qué le digo?

- Es mejor que discuta con ella, porque después de lo de anoche... a ninguno de los dos se nos paran ni los dedos de las manos.

10/1/08

EN UN LUGAR DE LA MONTAÑA

EN UN LUGAR DE LA MONTAÑA

Siempre que Rachequi se quedaba mirando las estrellas, caían sobre su cabeza pequeños fragmentos de tronco y estiércol secos, a pesar de ello él no se desconcentraba, seguía con su mirada fija en el firmamento que suscitaba en su interior el sosiego y las ansias de interpretar y descubrir nuevas formas; señales que le dieran algún sentido a su existencia. Quien lanzaba esos trozos era Maij, con el fin de interrumpir esa abstracción, ya que para él ése suceso sólo significaba una forma ridícula de perder el tiempo. Para Maij era más importante el merodear, el excavar, el rastrear y el esconderse... entre muchas otras actividades.

Los dos compartían la madriguera que con tanto esmero construyó un roedor grande y fuerte. En aquella roca antigua inmutable, en aquel lugar donde la naturaleza no se mostraba agradecida ni pacifica. Ya que lo único que se presentaba con frecuencia en aquellos parajes, eran depredadores, ante los cuales ellos sólo podían huir y esconderse en las fisuras de aquélla geografía que tanto despreciaba Maij.

En las noches se sumergían en la insoportable rutina, repetían la historia de millones de ratones que vieron terminar sus días merodeando en los entresijos del mundo; escarbando hasta encontrar algo que ameritara ser roído. Indiscutiblemente ése era su destino, el mantener vigente una especie que cumple una función en éste mundo en el que todos somos uno... en el que todo es uno.

Rachequi observaba detenidamente la gigantesca montaña que se insinuaba desconocida y misteriosa. Se acicalaba porque algo en su mecanismo interior se lo exigía, en esos momentos no deseaba invertir sus esfuerzos en el arduo hecho de contrariar ésa exigencia, prefería acicalarse y sentir el fresco que se apoderaba de toda la superficie de su piel. Para los dos ratones era una incógnita, el hecho de estar solos en aquel lugar en el que el viento con frecuencia chocaba contra las rocas causando de sonidos macabros y exóticos.

En alguna ocasión un ser extraño parecido a un ratón, apareció en aquel lugar; Rachequi quería acercarse a él, pero Maij se lo prohibió rotundamente. A partir de ése evento Rachequi se encapricho por las estrellas, todas las noches las observaba con esmero. El extraño animal que parecía un ratón nunca más se volvió a ver.

Maij continuaba escudriñando entre las rocas que daban testimonio de la historia, le molestaba que su colega asumiera estados que conllevaran a la vulnerabilidad. En las noches Rachequi seguía observando con asombro las estrellas, la luna y las nubes grises que empujaba el viento; sobre su cabeza caían como de costumbre pequeños trozos del mundo. Rachequi se preguntaba si aquel lugar se encontraba en definitiva desolado, lo atormentaba el interrogante de la procedencia de su especie; ya que para él era inaudito que hubieran aparecido de la nada. Aquellas reflexiones no duraban mucho tiempo.

Maij quería viajar, dejar aquella montaña árida y desabrida. Soñaba con parajes en los cuales pudiera tener acceso a una diversidad de alimento más amplia. Maij se disponía a retirarse de aquel lugar tan árido, en el que sólo se contemplaba la desolación; Rachequi intentaba convencerlo de que se quedara. En el fondo tenia miedo de que en otro lugar no se lograra contemplar las estrellas en las noches. Maij no quiso escuchar ningún argumento, estaba dispuesto a retirarse solo al día siguiente si su compañero (posiblemente su hermano) se negaba a acompañarle.

Para Maij las estrellas no eran importantes, para él existían cosas que consideraba de verdad apremiantes, aquí en tierra. Prefería recrear la idea de emprender una expedición en busca de comida y nuevas madrigueras; su preocupación fundamental no se basaba en la existencia de otros ratones; él consideraba que posiblemente las cosas eran mejores así.

Esa noche Rachequi se quedo como de costumbre contemplando las estrellas, pero en ésta ocasión no caían sobre su cabeza los distractores que habitualmente le atormentaban. Esa noche fue realmente especial, el silencio era lúgubre e inspiraba la paz interior. En medio de la noche logró escuchar el único ruido que se presento, decidió acercarse para ver de donde provenía. Se sintió abstraído ante dos destellantes luces que iluminaban en medio de la oscuridad, ¡eran como las estrellas del amplio firmamento! La bóveda se mostraba ahora más cercana que de costumbre, ahora lamentaba en el fondo de su ser tener que abandonar aquella montaña misteriosa, ya que después de tanto reflexionar mientras observaba las estrellas del lejano firmamento, había decidido acompañar a su camarada hasta el fin del mundo si era necesario, en busca de comida, aventuras y por qué no, de los hermanos y hermanas de su propia especie.

Las lucecillas que ahora se presentaban ante él eran cándidas. En aquella noche en particular la montaña se mostraba silenciosa... casi sepulcral. Esas luces nuevas que se presentaban ante él, parecían insinuarle algo imprevisto; por esa razón le eran tan atractivas. Luces que se tornaron de un momento a otro en agresivas, vertiginosas y resueltas. Rachequi no alcanzo a darse cuenta de que no eran estrellas, de que eran los ojos de un simple gato montes.

Al amanecer Maij quiso emprender su viaje, pero al no ver a su amigo, empezaba a conjeturar que todo aquello era una mala idea, por otra parte algo en su interior le impedía movilizarse de día, era un temor indescriptible, ya que posiblemente en las circunstancias actuales sería una presa fácil de cualquier depredador.

Se puede sugerir que Rachequi después de todo murió feliz, ya que el ataque del felino fue instantáneo y letal. Respecto de Maij, es difícil pronunciar algo definitivo... posiblemente al caer la noche emprenda su peregrinación, con el único fin (encubierto) de reproducir y prolongar su especie.

NÚCLEO DE TERNURA QUE ENVEJECE

NÚCLEO DE TERNURA QUE ENVEJECE

Se encontraba adornada con plumas rojas y amarillas, recuerdo que era del tamaño de una paloma; su imagen marca el inicio de esta historia.

Fue totalmente inesperado el hecho de ver un ave de esas características en medio de una ciudad que no da espacios sino para las máquinas y las construcciones de concreto; ella se posó por unos instantes junto al ventanal de mi cuarto de estudio. Me había conformado con escribir historias monótonas y repetitivas de la vida urbana. Mi único pensamiento se centraba en encontrar una historia que diera un poco de calor a esa soledad que me envolvía en mi salón de estudio, en ese lugar en que mis únicos compañeros eran los libros y las hojas de papel en blanco, ellas me interpelaban todos los días... yo no sabía qué responder.

Esa ave fue como el indicio de una bella historia, o por lo menos de un relato inspirado en algo diferente. Por ese motivo dejé a un lado el manuscrito que estaba elaborando y me dirigí a la cocina con el fin de preparar un poco de tinto, resguardaba en mí la esperanza de apaciguar el frío que me castigaba.

Me sentía muy solo desde que estaba sin ella, era mi única compañera de carne y hueso; cuando pienso en ella me desconecto de todo, es como si por instantes mi cerebro funcionara disparatadamente, lo único que hago es soñar... recrear los espacios que han quedado vacíos; reflexionar sobre las cosas que dejé de hacer, en lo hermoso que pude haber sido entre sus brazos.

Sabía que como de costumbre, su imagen asumiría una nueva indumentaria, que se iría desvaneciendo poco apoco; tenia la certeza de que sólo quedarían los poemas que escribí y que ella nunca recibiría; percibía que cuando eso ocurriera, estaría inconforme como ahora; maldiciendo mi suerte.

Recreaba en mi mente la imagen del ave que se posaba en la ventana de mi cuarto de estudio y me miraba sin querer, por azar, y sonreía... aunque su pico le impedía dibujar una sonrisa en su rostro, yo sé que me sonreía; ese ser emplumado era para mí como un ángel que me traía una nueva historia. Quería creer que la vida me deparaba otros escenarios. Vivir después de todo parece ser un muy buen chiste conformado por una serie de escenarios complejos.

Escenarios que en mi caso eran conformados por palabras. Agotaba todos mis esfuerzos forjando estructuras mentales que laceraban lo mas profundo de mi alma. Soñaba con un relato que me llevara lejos de su recuerdo, que traspasara el corazón como la espada de dos filos de la que habla San Pablo en su carta a los Hebreos; quería crear un texto que trascendiera. Soñaba con crear un discurso que llegara incluso a sus manos, para que me leyera... para que me tuviera; ¿acaso no era contradictorio?... hoy sigo siéndolo.

El ave desapareció. Como dije, me alejé del escritorio para preparar un tinto, cuando regresé la hoja de papel sobre la que estaba escribiendo ya no estaba. Lo que había impreso en ella no era excepcional, pero aun así me atormentaba el hecho de perder las palabras exactas; yo no había logrado aprender de memoria esas líneas.

Recuerdo que realicé cuatro bosquejos con el fin de realizar una reconstrucción, cada uno de ellos terminó en la caneca de basura; la quinta hoja fue la más cercana por no decir que la reproducción exacta del desaparecido registro.

Las palabras realmente son difíciles de encontrar, ya que estas representan un esfuerzo particular y exacto. Los términos son un punto crucial, como lo es en la profesión del neurocirujano el milímetro exacto. En el ejercicio de su profesión, el neurocirujano puede cometer un desliz que deje a un mortal privado de una de sus funciones capitales por un milímetro de imprecisión; eso ocurre con el lenguaje, no importa que se tenga la mejor idea, el texto puede pecar por inexactitud de los términos que le constituyen, y de esta forma carecer de su función primordial de ser comprendido.

Los términos se nos escapan y no logramos parar de preguntarnos hasta qué punto logramos comunicar lo que realmente queremos, ese es uno de los motivos por los que esas tres líneas no daban muestra de una importancia real para mí en ese momento; se escapaban de mis manos, como los segundos que han conformado mi vida.

No logro evocar el material en que imprimí esas tres líneas, no sé a ciencia cierta si era una hoja extraída de un cuaderno, de un bloc de notas, o si era arrancada de una resma de papel. Lo cierto es que estuve extremadamente obsesionado con el hecho de conjeturar que ese texto, hubiera sido sustraído por ese animal revestido de plumaje rojo y amarillo.

El texto en realidad carece de extensión, no dice nada por sí solo, para ser comprendido se debe desarrollar una explicación, o crear una historia alrededor de él; esto es lo que narra:

"Semilla, Flor, Marchita".

La noche arribó y no sabía que significado poseían esas tres líneas. Transcurrieron días, semanas, y el texto se escondió entre los papeles que habitaban la superficie de mi escritorio.

Quise olvidarme de mi sala de estudio, salí a caminar y a observar a la gente; aun recuerdo la noche en la que me encontraba abandonado en ese bar. Fue ese día en que la vi por primera vez. En ese momento recordé de la primera parte del texto, la semilla, y solicité una cerveza.

Una semilla es el inicio de algo, si se cultiva genera una nueva planta, es decir genera vida. Pero se debe tener en cuenta, que el hecho de cultivarla implica una labor agobiante y además se debe poseer un terreno en el cual se pueda hacer esa labor. Por otra parte, existen unas excepciones en que los granos que se consideran semillas son frutos, como lo es el caso del trigo y la cebada. Este suceso no deja de parecerme paradójico, es como si por un momento la causa fuera equiparable a la consecuencia. Existen muchos pensadores que se han dado a la tarea de reflexionar sobre la semilla, yo el más pequeño de todos ellos; tal vez Jesucristo tenia razón cuando afirmaba que si el grano de trigo no muere, solo quedará.

Las semillas deben morir parar dar vida, se muere a cada instante, de no ser por ese motivo la vida no se entendería, no seria un evento necesario ya que carecería de un contrario; en los momentos en que se muere es cuando se asumen las más profundas experiencias... de eso esta compuesta la vida. Nuestras vidas son como flores que golpea el viento... nos golpea nuestra complejidad y nuestra futilidad; no hay manera de que este mundo sea el mejor siempre que esté habitado por nosotros. No es que utilicemos lentes oscuros como se ha expresado de forma metafórica; el problema real son nuestros ojos.

Estaba en ese bar, no quería estar solo y ella se encontraba rodeada por una aureola invisible que me atraía. Desde que me acerque a ella, fueron muchos los eventos que nos unieron, como aquel día que me encontré con ella bajo la lluvia en el norte de Bogotá. Ella acababa de salir de su trabajo, yo estaba evitando mojarme recostado junto a una construcción de concreto. Gracias a ese cúmulo de casualidades, el cortejo fue sencillo y agradable.

Aunque suene estúpido, a partir de esa imagen y gracias a una disertación no muy profunda, se puede alcanzar una breve representación de la personalidad de los personajes que la componen. Ella siempre ha sido así, se enfrenta a la lluvia, en realidad le gusta que el viento roce su rostro y que el temporal refresque momentáneamente su cuerpo; asume de igual manera ese comportamiento ante la vida; ella hace frente a esos problemas que le bombardean como las gotas de lluvia. Yo por mi parte siempre evito la tempestad, eludo el hecho de tener que enfrentarme a circunstancias incomodas y dolorosas, me aferró como en esa ocasión a una edificación que me brinde protección; considero que por eso ella me hace tanta falta.

Por ese entonces el ave me visitaba con frecuencia, sus visitas no poseían ningún orden aparente, en algunas ocasiones se aparecía ante mis ojos de noche, en otras de día y a diferentes horas. Quise encontrar el motivo de sus visitas, me preguntaba si su presencia era producto de una anomalía en el funcionamiento de mi cerebro, o si por el contrario ese animal del cual no había tenido referencias ni tan siquiera por gracia de los relatos mitológicos; quería darme un mensaje.

Como dije, el ave señaló el principio de esta historia, ese pajarraco pintoresco fue por ese entonces como la semilla de la que hablé en el texto. En mi esmero por encontrar el orden de esas palabras, concebí que la segunda línea podría ser ella; la mujer que conocí en el bar. Ese tipo de conjeturas permiten que millones de hombres tomen decisiones que saben, pueden llegar a ser nefastas en su vida. He ahí la importancia de que el psicólogo estudie el ejercicio de pensar.

Junto a ella disfrute momentos inusuales, como en aquellas ocasiones en que nos sentábamos frente a frente y bebíamos cerveza, cada uno sabía que el otro estaba concentrado en la música que sonaba de fondo; pero... aun así, no parábamos de mirarnos.

Probablemente es lo más próximo que he estado de eso a lo que llaman amor. En un momento como ese, ocurre lo siguiente: a) se ve transcurrir al otro tal y como es, en libertad; de esta forma es como cada ser humano es realmente hermoso; b) se contempla, y contemplar según los entendidos es una labor divina. Se puede sugerir que en esos momentos se es semejante a Dios, a ese Dios del cual se afirma que es amor; c) a pesar de no interferir de una forma arrebatadora en la vida del otro, se sabe que se cuenta con él. Es de las pocas ocasiones en que un ser humano esta frente otro y lo mira fijamente a los ojos sin que ese hecho signifique cierto tipo de lucha por el poder.

El día en que reposó por ultima vez en el ventanal de mi cuarto de estudio, llevaba una flor en su pico, echó a volar justo cuando me percate de su presencia... dejó olvidada esa pequeña flor que aun conservo. Me sentaba en mi sillón, he intentaba en vano encontrar una buena historia... sólo conseguía centrar mi atención en la pequeña flor. Al transcurrir el tiempo me percaté de que el aroma proveniente de su cuerpo, de esos pétalos amarillos que yacían sobre mi escritorio, se esparcía por todo mi departamento; ese olor se percibía aun un poco antes de ingresar a mi morada. Aroma suave, fresco y cálido a la vez, me sentía satisfecho; por esa razón llené una botella con agua para convertirla en el florero de mi nueva compañera. Fueron semanas en que su aroma lleno mi vida, escribí versos en su honor y recitaba algunos de otros autores. Quise olvidarme de las tres palabras; después de todo, ellas no significaban nada, todo eran puras coincidencias a las que yo les otorgaba significados.

Conclusiones disparatadas como la de equiparar las causas con las consecuencia... Llegué a inferir que hablar y escribir sobre esos temas era ingresar en el campo de la metafísica; terreno en el cual muchos ingresan; pero pocos salen. Tal vez G. W. Leibniz tenia razón cuando afirmó que todo tiene un orden lógico y preestablecido por Dios, que el todo esta contenido en las unidades indivisibles. Causas y efectos en una sola sustancia, eso es posible... al igual que la existencia de Dios. Él es el ser más enigmático; por esa única particularidad es que me considero hecho a su imagen y semejanza.

Cuando observo esta flor marchita, logro evocar la forma en que terminó esta historia. Ella observó fijamente la flor y me dijo:

-Déjate de tonterías, ya es hora de que pongas los pies sobre la tierra. Yo me quedé mirándola a los ojos, intentando penetrar en lo más profundo de su ser.
Me abrazó y pregunto:

-¿qué te ocurre?. Besé su frente; respondí:

-Desde que no te tengo; sueño con aves de colores, semillas y flores. Ella guardó silencio, sus ojos grandes brillaban.

En ese instante dejé a un lado el lápiz con el que escribía frase por frase ese sueño que había inventado, para convencerme que estaba junto a ella. La flor marchita sigue conmigo, aprisionada entre las hojas de un libro.

CAMINO HACIA EL PUNTO DE PARTIDA

CAMINO HACIA EL PUNTO DE PARTIDA

Nos ha sido dado el divagar, el caminar en círculos, el desarmar para volver a armar los hechos y las certezas. En el ejercicio de recorrer y merodear por las calles de una ciudad tan grande y asfixiante; al observar detenidamente una partícula que se eleva, se compacta y se dispersa envuelta en la polución irradiada por los rayos del sol que nunca son los mismos; uno se atreve concluir que somos deleznables.

En ese camino de construcción y destrucción, fue que conocí a Pedro, hombre de tez morena, contextura delgada y de estatura promedio, amigo de la música y de las compañías desinteresadas. Yo lograba entrever en su mirada el maléfico signo de la búsqueda de una verdad, de algo por lo que se pudiera vivir o morir.

Fue en ese momento que mi espíritu arrogante y curioso me llevo a convertirme en uno de sus mejores amigos. Hablábamos de la obra de Cortazar y de aquella novela memorable llamada La Vorágine. En ese entonces las muchachas eran una aventura deslumbrante; que con el tiempo interpretamos como un juego en el que siempre se concluye en el paraje de inicio.

Fue por ese entonces que abandonamos las distracciones del mundo exterior, es decir, esquivamos esa creación que se ofrece como panacea; nos dimos a la tarea de interpretar nuestro mundo interior, valiéndonos de la reflexión y de las conversaciones en las que la asociación libre era lo primordial. Me arriesgué a intervenir en su mundo interior, arrojé unas cuantas preguntas con la firme intención de merodear en el ático de sus recuerdos... esa es la parte que me alienta a trazar este texto.

Sus ojos melancólicos, grandes y brillantes, se fijaban incisivamente en el vacío, como viendo más allá de lo que se puede ver; su voz se tornaba blanca y glacial, sus movimientos eran casi nulos. Como ya lo pronuncié, la asociación libre era regla fundamental de nuestras conversaciones, así que lo incité a que nombrara lo que primero pasara por su mente; lo que expresó fue encubierto, misterioso, y por lo tanto digno de interpretación.

Sus palabras fueron: “moral viciosa”. Empezamos a disertar sobre ellas, sobre las formas imperceptibles de la vida que se muestran cotidianamente, la insinuación de caminos que se desprenden y se unen; y las alusiones sobre las miradas que siempre enfocan hacia el horizonte... nunca hacia el punto de partida.

Al cabo de días de discusión, llegamos a conjeturar que su historia verdadera era la de siempre, la que su madre le había contado para que no cometiera los mismos errores que ella; la misma de aquel hombre que cambió su herencia por un plato de lentejas, para después volver. Convenimos en que el dicho popular tenia razón, aquel que afirma que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde; Pedro aclaró que tampoco se sabe de lo que se pierde hasta que se tiene.

El fundamento de su retórica era una pequeña historia de amor, yo llegué a escrutar que mi historia era la misma, aunque de temática ideológica. Comprendí por qué algunos filósofos afirman que los extremos terminan por encontrarse. Tanto Pedro como yo habíamos abandonado una cosa por la otra, una mujer por otra, una ideología por otra.

Decidimos no movernos de donde estábamos, no mudar de posición, no alternar con ninguna otra realidad elaborada con esmero por los hombres y las comunidades que buscan desesperadamente un cimiento para existir; decidimos permanecer a la deriva, impávidos y despreocupados. Nos situamos en la carrera séptima, justo frente del edificio más alto de Bogotá. En principio nos limitamos a observar la gente pasar y a formular hipótesis respecto de las posibles historias existentes detrás de cada rostro y de cada traje.

Transcurrieron horas, días, y sin saber por qué, guardamos silencio, nuestros labios se sellaron; nos dedicamos a la infatigable labor de contemplar por medio de todos nuestros sentidos. Perdí la percepción del tiempo, ya habían desfilado meses nuestro cabello había crecido ahora era largo.


Desconocidos de todas partes se acercaban a nosotros, recuerdo al hombre que se movilizaba en un carrito de balineras; no tenía piernas, pero siempre mostraba una sonrisa dibujada en su rostro; ese hombre hacía muchas bromas y se burlaba de nosotros; yo simplemente le observaba. El invalido se ganaba la vida inspirando pesar en las personas. Un anciano de estatura baja y mirada incisiva, continuamente nos decía que no se debía creer en los caminos señalados por las generaciones anteriores, que deberíamos dudar de todo juicio impuesto por la autoridad o el dogma. Ese hombre era posiblemente un pensionado no sabía que hacer con su tiempo libre; considero que por ese motivo siempre se sentaba junto a nosotros unas horas a la semana y nos contaba sus historias; hasta que un día tal vez irritado por el hedor que empezaba a emanar de nuestros cuerpos, sólo se puso en pie y sin mirarnos, refunfuñó lo siguiente: “después de todo, en la vida todo es la misma mierda pero con diferente culo”; no lo volví a ver.

La gente nos llamó desadaptados e Intenté no darle importancia a los comentarios. Los psicólogos nos visitaban, elaboraban hipótesis que nunca llegaron a comprobar, basaron sus estudios en lo que ellos llaman la conducta anormal. Nosotros en cambio los considerábamos ordinarios y comunes. Nos convertimos en atracciones de circo, en fenómenos exóticos; familias enteras nos visitaban los fines de semana. Viajeros de todas partes nos preguntaban por el sentido de la vida; comprobé que no era dueño de ninguna verdad.


Un grupo de hombres que profesaban un credo oriental nos visió una noche, nos contaron sobre la existencia cíclica de las almas y sobre el Baba que habitaba en el cuerpo de un hombre y que escribía cartas a creyentes llenas de recomendaciones.

Empecé a comprender que no era fácil ejercer el estilo de vida que había adoptado, sobretodo en medio de una ciudad en que el ruido y la polución lo invaden todo. La meditación era un reto que sólo se alcazaba en las altas horas de la noche. En medio de la oscuridad de la noche veía a las putas correr y gritar, a los borrachos tambaleándose con las botellas en la mano y a los cacos buscando a cualquier presa.

Fue entonces cuando un día cualquiera una muchacha pasó y Pedro fue tras ella, o por lo menos tras de lo que ella representaba. Se supone que de existir una verdad, una coordenada en este mundo que nos enseñan como un cosmos, seria posible llegar al mismo punto sin importar el camino desde donde se empezara, siempre y cuando la metodología fuera la correcta, sin importar si nuestro conocimiento es deductivo o inductivo. Pedro se levanto, me miró fijamente a los ojos y se fue sin despedirse. Días después me encontraba petrificado en la posición del Buda, mis padres me levantaron del suelo, me acogieron y me auxiliaron. Hoy estoy en casa y aún contemplo los sonidos cotidianos, encerrado en un cuarto, acostado sobre una cama y asumiendo una posición fetal.