10/1/08

EN UN LUGAR DE LA MONTAÑA

EN UN LUGAR DE LA MONTAÑA

Siempre que Rachequi se quedaba mirando las estrellas, caían sobre su cabeza pequeños fragmentos de tronco y estiércol secos, a pesar de ello él no se desconcentraba, seguía con su mirada fija en el firmamento que suscitaba en su interior el sosiego y las ansias de interpretar y descubrir nuevas formas; señales que le dieran algún sentido a su existencia. Quien lanzaba esos trozos era Maij, con el fin de interrumpir esa abstracción, ya que para él ése suceso sólo significaba una forma ridícula de perder el tiempo. Para Maij era más importante el merodear, el excavar, el rastrear y el esconderse... entre muchas otras actividades.

Los dos compartían la madriguera que con tanto esmero construyó un roedor grande y fuerte. En aquella roca antigua inmutable, en aquel lugar donde la naturaleza no se mostraba agradecida ni pacifica. Ya que lo único que se presentaba con frecuencia en aquellos parajes, eran depredadores, ante los cuales ellos sólo podían huir y esconderse en las fisuras de aquélla geografía que tanto despreciaba Maij.

En las noches se sumergían en la insoportable rutina, repetían la historia de millones de ratones que vieron terminar sus días merodeando en los entresijos del mundo; escarbando hasta encontrar algo que ameritara ser roído. Indiscutiblemente ése era su destino, el mantener vigente una especie que cumple una función en éste mundo en el que todos somos uno... en el que todo es uno.

Rachequi observaba detenidamente la gigantesca montaña que se insinuaba desconocida y misteriosa. Se acicalaba porque algo en su mecanismo interior se lo exigía, en esos momentos no deseaba invertir sus esfuerzos en el arduo hecho de contrariar ésa exigencia, prefería acicalarse y sentir el fresco que se apoderaba de toda la superficie de su piel. Para los dos ratones era una incógnita, el hecho de estar solos en aquel lugar en el que el viento con frecuencia chocaba contra las rocas causando de sonidos macabros y exóticos.

En alguna ocasión un ser extraño parecido a un ratón, apareció en aquel lugar; Rachequi quería acercarse a él, pero Maij se lo prohibió rotundamente. A partir de ése evento Rachequi se encapricho por las estrellas, todas las noches las observaba con esmero. El extraño animal que parecía un ratón nunca más se volvió a ver.

Maij continuaba escudriñando entre las rocas que daban testimonio de la historia, le molestaba que su colega asumiera estados que conllevaran a la vulnerabilidad. En las noches Rachequi seguía observando con asombro las estrellas, la luna y las nubes grises que empujaba el viento; sobre su cabeza caían como de costumbre pequeños trozos del mundo. Rachequi se preguntaba si aquel lugar se encontraba en definitiva desolado, lo atormentaba el interrogante de la procedencia de su especie; ya que para él era inaudito que hubieran aparecido de la nada. Aquellas reflexiones no duraban mucho tiempo.

Maij quería viajar, dejar aquella montaña árida y desabrida. Soñaba con parajes en los cuales pudiera tener acceso a una diversidad de alimento más amplia. Maij se disponía a retirarse de aquel lugar tan árido, en el que sólo se contemplaba la desolación; Rachequi intentaba convencerlo de que se quedara. En el fondo tenia miedo de que en otro lugar no se lograra contemplar las estrellas en las noches. Maij no quiso escuchar ningún argumento, estaba dispuesto a retirarse solo al día siguiente si su compañero (posiblemente su hermano) se negaba a acompañarle.

Para Maij las estrellas no eran importantes, para él existían cosas que consideraba de verdad apremiantes, aquí en tierra. Prefería recrear la idea de emprender una expedición en busca de comida y nuevas madrigueras; su preocupación fundamental no se basaba en la existencia de otros ratones; él consideraba que posiblemente las cosas eran mejores así.

Esa noche Rachequi se quedo como de costumbre contemplando las estrellas, pero en ésta ocasión no caían sobre su cabeza los distractores que habitualmente le atormentaban. Esa noche fue realmente especial, el silencio era lúgubre e inspiraba la paz interior. En medio de la noche logró escuchar el único ruido que se presento, decidió acercarse para ver de donde provenía. Se sintió abstraído ante dos destellantes luces que iluminaban en medio de la oscuridad, ¡eran como las estrellas del amplio firmamento! La bóveda se mostraba ahora más cercana que de costumbre, ahora lamentaba en el fondo de su ser tener que abandonar aquella montaña misteriosa, ya que después de tanto reflexionar mientras observaba las estrellas del lejano firmamento, había decidido acompañar a su camarada hasta el fin del mundo si era necesario, en busca de comida, aventuras y por qué no, de los hermanos y hermanas de su propia especie.

Las lucecillas que ahora se presentaban ante él eran cándidas. En aquella noche en particular la montaña se mostraba silenciosa... casi sepulcral. Esas luces nuevas que se presentaban ante él, parecían insinuarle algo imprevisto; por esa razón le eran tan atractivas. Luces que se tornaron de un momento a otro en agresivas, vertiginosas y resueltas. Rachequi no alcanzo a darse cuenta de que no eran estrellas, de que eran los ojos de un simple gato montes.

Al amanecer Maij quiso emprender su viaje, pero al no ver a su amigo, empezaba a conjeturar que todo aquello era una mala idea, por otra parte algo en su interior le impedía movilizarse de día, era un temor indescriptible, ya que posiblemente en las circunstancias actuales sería una presa fácil de cualquier depredador.

Se puede sugerir que Rachequi después de todo murió feliz, ya que el ataque del felino fue instantáneo y letal. Respecto de Maij, es difícil pronunciar algo definitivo... posiblemente al caer la noche emprenda su peregrinación, con el único fin (encubierto) de reproducir y prolongar su especie.

2 comentarios:

Maryory Valdés dijo...

Interesante relato ¿es de tu autoría?

En la investigación dijo...

Es admirable la vivencia relatada...
Felicitaciones...